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Nuestro cuerpo es manifestación de lo sagrado

Inés Ordoñez de Lanús

Nos cuesta reconocer a Dios en nosotros. Entonces es necesario ejercitarnos cada día en la conciencia de la presencia de Dios en mí: en quién soy, en lo que hago, digo, pienso, siento, y también en mi cuerpo.


 

Amanece un nuevo día. Estamos despiertos. ¿Cómo fue nuestro despertar? ¿Cómo despertó nuestro cuerpo?

Venimos de una cultura que ha disociado mucho el cuerpo del espíritu, a tal punto que lo percibimos en nosotros mismos como algo separado o distinto. Por eso, es bueno, al despertarnos cada día, realizar algunos ejercicios que nos ayuden a integrar nuestros cuerpos a la vida cotidiana, para poder vivir encarnados. Podemos preguntarnos: –¿Dónde está Dios?, y mirarnos a nosotros mismos al espejo para responder: Dios está en mí.

Sin darnos cuenta, frente a esta pregunta tan sencilla, las primeras respuestas que aparecen en nuestra mente son imágenes, ideas, formulaciones abstractas. Nos cuesta reconocer a Dios en nosotros. Entonces es necesario ejercitarnos cada día en la conciencia de la presencia de Dios en mí: en quién soy, en lo que hago, digo, pienso, siento, y también en mi cuerpo.

Al mirarnos al espejo, lo que vemos es una imagen: lo que aparece es nuestro cuerpo. Somos la aparición de nosotros  mismos. ¿Qué es lo que veo? Mi cuerpo. Pero esto que veo, ¿es todo lo que soy? No. Es una manifestación visible de lo que soy. Yo soy en Dios; Dios es en mí. Mi cuerpo es la imagen sagrada que manifiesta esta inhabitación divina. ¿Puedo reconocer a Dios en la imagen que me devuelve el espejo? ¿Pueden los otros descubrir a Dios cuando miran mi cuerpo?

El Génesis nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Como si Dios, al crearnos, se hubiera mirado al espejo, y hubiera amasado nuestra forma a semejanza de la imagen que estaba viendo. Nuestra humanidad es la forma de Dios. Y no solo eso. Cuando Dios por amor quiso encarnarse, cuando quiso darse a sí mismo una forma, una figura, un continente, una aparición, asumió nuestro cuerpo para hacerse uno como nosotros. Nuestros cuerpos están hechos a la medida de Dios, para que Dios pudiera manifestarse y ser contenido en ellos. ¡Todo Dios! Es un misterio muy grande, que engrandece nuestros cuerpos como manifestación de lo sagrado. Jesús, que es Dios encarnado, no duda en decir: el que me ve a mí, ve al Padre.

Cuando nos miramos al espejo podemos decir: cuando me miro, veo al Padre. Pero muchas veces no tenemos despierta esta conciencia, no nos damos cuenta. Y la imagen que vemos no nos gusta, nos molesta… A veces no me reconozco a mí mismo en esta imagen que veo y me trato como si fuera un extraño, o me maltrato, me descuido, me rompo la cara con cirugías, me someto a regímenes que me enferman, me hago daño. No me gusta que los demás me descubran en esta imagen de mi cuerpo y me disfrazo de otras cosas, me presento desalineado, sucio, mal vestido, mal comido, contracturado, rígido, distante. ¿Qué es lo que veo cuando me miro al espejo? ¿Qué es lo que no quiero que los demás vean en mí? ¿Por qué me cuesta tanto descubrir a Dios en mi cuerpo, que es imagen y semejanza de Dios? ¿Por qué no dejo que los demás vean a Dios cuando me miran?

Podemos decir que las personas buenas, se parecen, son semejantes, tiene la misma expresión, la misma manera; así también podemos decir que hay una semejanza en el rostro de la maldad, del pecado: el mismo gesto, la misma mirada. Nosotros somos imagen de Dios, y estamos llamados a ser semejantes a Dios. ¿Qué nos hace cada vez más semejantes a Dios? El amor. Jesús nos dice que en el amor reconocerán que nosotros somos sus amigos. El amor nos hace a todos personas buenas, nos hace a todos semejantes. Cuando hay amor, el cuerpo irradia una belleza extraordinaria, es un cuerpo que trasunta paz, un cuerpo cuidado por sí mismo y por otros, una belleza que se dice por sí misma.

Nosotros estamos llamados a cuidar nuestro cuerpo, a cuidarnos en todo nuestro ser. Cuidar nuestra memoria, nuestra mente, nuestra lengua, nuestro interior, cuidarnos, y cuidar a las personas que Dios nos confía y a la naturaleza. Dios nos cuida y si somos su semejanza estamos llamados a cuidarnos y cuidar a los demás.