
La oración contemplativa hunde sus raíces en la rica tradición mística de la Iglesia y nos enseña a amar y a vivir amando, “en la tierra como en el cielo”.
A través de los tiempos de oración, Dios -que habita en la hondura de nuestro corazón- integra la dimensión espiritual y trascendente a nuestra vida cotidiana. Esta acción de Dios va despertando en nosotros la conciencia espiritual y un proceso de autoconocimiento que recrea nuestro modo de ser y de relacionarnos.
En este proceso, el silencio ocupa un lugar importante y necesario para aprender a escuchar, a Dios, a nosotros mismos, a los demás, a la creación entera, y a la vida en todas sus circunstancias.
Dios llama a todos sus hijos a vivir en unión con Él y a contemplar su rostro aquí, en la vida cotidiana; no es una vocación para algunos, es para todos. Hoy, los aportes de la neurociencia nos muestran cómo nuestra propia fisiología está diseñada por el mismo Creador, para ser capaces de trascendernos a nosotros mismos y abrirnos al misterio de la contemplación.
La oración del corazón (como nos gusta llamarla también ya que unifica todas las otras formas de oración y es nuestra compañera en el Camino al Corazón) nos va develando paulatinamente quiénes somos y qué deseamos y anhelamos, de verdad. Deseamos a Dios y nuestro corazón sólo encuentra reposo cuando descansamos en su amor.
La oración contemplativa nos introduce en el misterio de Dios y nos despierta a su presencia amorosa y amante. Desarrolla en nosotros la capacidad de percibirlo y estar en su Presencia sin la mediación de nuestras facultades humanas. Dios está “en” nosotros, su amor y su acción no dependen de lo que nosotros pensemos, digamos, sintamos o hagamos. Sólo basta con la fe. Se trata entonces de aprender sencillamente, a “estar” con Dios, a permanecer creyendo, abiertos y expuestos a recibirlo todo de Él, a dejarnos amar así como Él nos ama, y a entregarnos nosotros así como estamos, sin oponer resistencias y dejando de lado nuestro control o la necesidad de saberlo todo.
Es un “acto continuo de amor” que nos introduce “en simultáneo” en dos dimensiones: por un lado la experiencia de lo que vamos pensando o sintiendo, y por otro lado lo que “sabemos” por la fe, aunque no lo experimentemos.
La oración contemplativa nos regala también la maravillosa experiencia de descubrir nuestra verdadera identidad unida a Dios. Identidad que trasciende nuestro yo, nos completa, nos transfigura, nos regala su paz y el gozo de amar a Dios con todo nuestro corazón, y al prójimo como a nosotros mismos.
Cómo hacer Oración Contemplativa
Cuando estamos orando nos desapegamos del deseo de que ”pase algo”, porque todo lo que quisiéramos que pase, “ya está pasando” en lo secreto de nuestro corazón y sin que nos demos cuenta. Se trata de creer. Los frutos maduran a su debido tiempo en la vida cotidiana. El tiempo de la oración es un tiempo de fe, de esperanza y de amor.
¿Cuándo orar?
El tiempo para la oración es privilegiado. Si bien, estamos con Dios a lo largo del día, el amor requiere “tiempos para estar”. Es decir, no se puede orar en todo tiempo si no se dedica, con particular determinación, tiempos fuertes, cada día, cada semana, cada mes y cada año.
Cada día: En el momento del día que elijamos vamos comenzando gradualmente. Podemos empezar por cinco, diez, quince minutos y también llegar a media hora o más. El tiempo lo elegimos nosotros antes de comenzar a orar. Sugerimos llegar a los 23 minutos, o dos períodos de 23 minutos. Son 20 minutos los que se recomienda para calmar la mente y alcanzar efectos de bienestar fisiológicos; como nuestra intención es “estar” con Dios, le agregamos esos tres minutos. Cada día recomendamos también la escucha y meditación de la Palabra del día y la higiene del corazón.
Cada semana: Puede ser compartido con un grupo de oración. En el CESM, tenemos los Grupos Magnificat de oración contemplativa, presenciales y virtuales. La oración en comunidad sostiene la oración personal. Cada semana es conveniente también darnos un tiempo para escribir en el cuaderno de oración acerca de cómo estamos. El domingo es un tiempo fuerte de Presencia, ojalá descubramos la fuerza y la necesidad de la eucaristía para nuestro propósito de aprender a amar.
Cada mes: Dedicar un día para estar en “desierto”, solos o en comunidad. Es un tiempo más largo para estar con el Señor en el que podemos alternar los tiempos de silencio con la adoración al Santísimo, con la meditación de la Palabra, la percepción en la naturaleza, ejercicios corporales y más dedicación para escribir en el cuaderno de oración acerca de cómo estamos viviendo en fidelidad a lo que elijo.
Cada año: Dedicar unos días para hacer un Retiro espiritual. Pueden ser retiros precontemplativos que combinan diferentes formas de oración y retiros contemplativos que invitan a una experiencia de inmersión en el silencio y la contemplación. Puedo comenzar gradualmente con retiros cortos, ya sean de impacto o temáticos, para reflexionar acerca de algún aspecto particular de nuestra fe.
Estos tiempos de oración nos ayudan a vivir orando, a ser contemplativos y místicos en nuestra vida cotidiana, capaces de reconocer a Dios y contemplarlo en la sencillez de cada día.
Es este “estar” con el Señor que renovamos con “determinada determinación”, el que nos va enseñando a estar presentes en cada momento de nuestra vida para acordarnos de que hemos elegido AMAR. Esta elección no está condicionada por las cosas que nos pasan, sino por nuestra decisión por Dios que se traduce en:
CREO lo que Vos nos revelás.
QUIERO lo que Vos querés.
CONFÍO y descanso en esa confianza, atravesando la incertidumbre, la incomprensión, la impotencia…Confío en Vos.
AMO: Respondo a tu alianza de amor y elijo amarte con todo mi corazón y al prójimo como a mí mismo. AMÉN.