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La decisión de amar cada día

Cada DÍA renovamos la decisión de amar, el Amor se hace decisión, intención y acción.

El Camino al Corazón nos enseña y ayuda a conocer la voluntad de Dios, y a elegirla como la decisión fundamental de nuestra vida. La que le da sentido y orienta todas las demás decisiones. Nos acompaña a poner cada día esta decisión en nuestro corazón, como una intención de amor que impulsa todas nuestras acciones cotidianas.

Amar es la única decisión que responde al amor que Dios nos entrega cada día. Es una elección libre que marca el sentido de nuestras vidas. Dios nos ama primero, tiene la primacía. Nosotros, estamos creados y llamados -es nuestra vocación- a responder a esta alianza de amor, amando cada instante de nuestra vida cotidiana, y así caminar cada día, paso a paso, abiertos al amor, abiertos al Paso del Señor en nuestra vida que nos recrea y transforma. Es la pascua de Jesús.

La palabra DÍA, viene en nuestra ayuda y se convierte en un acróstico simple y sencillo para hacernos acordar de vivir de acuerdo a nuestras decisiones.

DECISIÓN:

Para poder vivir cada día la decisión que responda al sentido que le queremos dar a la vida, tenemos que estar despiertos, porque si no, la vida nos pasa de largo.

Ese es el primer paso, poner cada día la decisión en nuestro corazón, como una intención de amor que impulse todas nuestras acciones cotidianas.

Cada mañana renovamos nuestra decisión y nos preguntamos:

¿Cómo quiero vivir mi vida hoy?

¿Cómo quiero caminar este día, paso a paso?

¿Qué tengo que ejercitar hoy para vivir el amor en las situaciones que me toque atravesar?

Tiene que ser algo muy concreto y relacionado con lo que voy a vivir ese día. Esta decisión sólo se arraiga en el corazón cuando verdaderamente lo deseo; entonces toca un anhelo muy profundo que pone una fuerza interior en movimiento; despierta las tendencias que impulsan hacia aquello que deseamos.

La decisión que no está unida al deseo del corazón no tiene fuerza para arraigarse y por lo tanto no nos pone en movimiento. Se queda en una decisión vacía de labios para afuera.

INTENCIÓN:

La decisión puesta en el corazón actúa como intención. La fidelidad exige la custodia del corazón a fin de que las decisiones tomadas estén de tal manera arraigadas en el interior que mantengan a la persona en una a-tención continua. Esto requiere una cierta tensión, un esfuerzo amoroso que fructificará en el hábito de estar atentos a nuestras actividades cotidianas a fin de que ellas manifiesten por sí mismas las decisiones tomadas.

En diferentes momentos del día, podemos hacer una respiración consciente, que nos ayude a mantener la atención puesta en la decisión que hemos tomado.

ACCIÓN:

La atención nos mantiene despiertos a la decisión que hemos tomado y puesto en nuestro corazón como intención, nos mantiene atentos al presente, para que seamos capaces de abrazar lo que la vida nos trae en cada presente, y actuar nuestra decisión de amar.

Cada día es un trabajo de campo, que nos ofrece múltiples oportunidades de practicar, de ejercitar, de poner en práctica de forma concreta y sencilla la más grande decisión de nuestra vida: ¡Quiero amar!

Cada día, en lo simple, pequeño y cotidiano, se juega esta decisión. Todo lo que el día nos depare, así como vaya aconteciendo, es una ejercitación en la que podemos practicar; sobre todo en esos acontecimientos inesperados que nos provocan, que nos exigen un cambio de planes; en las personas con las que nos encontramos y nos impacientan y ponen a prueba nuestra decisión.

A la noche, hacemos memoria para dar gracias y darnos cuenta si hemos vivido el día de acuerdo a la decisión tomada.

La decisión y el deseo de ser una buena persona se manifiestan en los actos. Desarrollar esta atención continua suscita un proceso de integración y unificación que requiere momentos dedicados; la mañana, algún momento del día y la noche que nos permitan recordar -en presencia de Dios- la decisión tomada y la posibilidad de ejercitarla en el momento preciso. 

Así, cada DÍA, la práctica del bien y del amor se irán transformando en un hábito. 

Rutinas de bienestar

El bienestar es un anhelo profundo del corazón humano, de todas las personas. Queremos estar bien, pero a veces no sabemos cómo y nos olvidamos de buscar en bienestar en donde realmente podemos encontrarlo.

Nuestro bienestar no puede depender de las cosas que nos pasan sino de nuestra capacidad de encontrar propósito y sentido en el centro de nuestro corazón. Dios está allí; no lo que yo pienso, digo, hago o siento. El Centro está reservado para un vacío, para esta nada, nada, nada, de la que nos habla San Juan de la Cruz; esta nada que se vuelve Todo… ¡pero hay que animarse con la experiencia de entrar en el vacío para estar bien! Nuestro bienestar depende de que aprendamos a “estar” donde está Jesús. Desde ese Centro de bienestar podemos abrirnos a la vida, a los demás, a toda la creación, en una actitud de confianza, calma y profunda paz. El bienestar se despliega desde el adentro hacia todos “los afueras”, se comunica y se irradia corporalmente: en nuestra forma de hablar, en nuestra piel, en nuestra mirada, en nuestra presencia. Nos volvemos pura energía de amor derramada hacia los demás.

Las Rutinas de Bienestar son prácticas sencillas y cotidianas que nos ayudan a estar bien, a disponernos a recibir el momento presente, dando lugar a su novedad.

Nos ayudan a integrar todas las dimensiones de nuestro ser para poder situarnos en el Centro de nuestro corazón y, desde allí, abrirnos a recibir la realidad de una forma integrada.

La Higiene del Corazón

La Higiene del Corazón es una práctica muy valiosa en el camino del autoconocimiento, porque nos ayuda, cada día, a conocernos más a partir de las pequeñas situaciones cotidianas. Es una rutina que nos ayuda en el Camino al Corazón, y que queremos encarnar como hábito saludable. 

Es un camino sencillo que sostiene nuestra decisión de amar a lo largo de todo el día.

Todo lo que nos pasa en la vida es contenido para aprender a ser quienes somos. Por eso, es muy bueno acostumbrarnos a terminar cada día mirando nuestra vida, y descubriendo allí el resplandor de nuestra identidad. 

La Higiene del Corazón, paso a paso»

Salmodiar la vida

Salmodiar mi vida supone desahogar mi corazón en el Señor. Tomo conciencia de todo lo que habita en mi interior, y desahogo mi corazón en el Señor.

Del salmista también nosotros podemos aprender a expresarle a Dios nuestros sentimientos y que éstos sean el contenido de mi oración. La primera parte de esta oración es ponerle palabras a lo que siento, la segunda le pido a Dios con insistencia, y la tercera renuevo mi confianza en Dios, en que lo haga a su manera.

Ver más en el libro de INÉS ORDOÑEZ DE LANÚS, Orar con los Salmos, Ed. Camino al Corazón, Buenos
Aires, 2021.