Por Inés Ordoñez

Querido Francisco, llegó tu hora, la hora del paso definitivo a la casa del Padre. Bendita hora en que pasaste a gozar para siempre de la gloria del resucitado. 

 

Junto a la comunidad del Centro de Espiritualidad Santa María, te despedimos y agradecemos por tu enorme entrega y tanto bien que hiciste a la Iglesia. 

 

Doy gracias a Dios por la cercanía que mantuvimos desde que era adolescente y que selló una profunda amistad. Gracias por tu gran apoyo durante los años que fuiste Arzobispo de Buenos Aires y que continuó siendo Papa. Siempre atento y cercano y con gestos de tanta calidez. Gracias por tu presencia en momentos claves de la historia del Centro. 

 

En julio de 1998, firmaste el reconocimiento definitivo del Centro como asociación privada de fieles en la Arquidiócesis de Buenos Aires. 

 

En el jubileo del año 2000, participaste de la misa de cierre del GEDEC, en la Catedral Metropolitana, junto a Francisco Jálics. 

 

Tu primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, nos confirmó en el Acompañamiento Espiritual. Y tu última Encíclica, Dilexit Nos, lo vuelve a hacer con el Camino al Corazón. 

 

Nos unimos a tu bendición “Urbi et Orbi”, que pronunciaste ayer, domingo de Pascua: “la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza… esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda”.

 

Desde lo más profundo de mi corazón, y en nombre de toda la comunidad del Centro de Espiritualidad Santa María, te damos gracias. No dudamos que desde el cielo nos seguirás acompañando. A Dios.