La pregunta

En el Camino al Corazón es necesario incorporar la pregunta.

La vida se nos presenta interrogándonos, confrontándonos, invitándonos, proponiéndonos. Aprender a vivir es aprender a recibir cada situación preñada de sus múltiples preguntas que nos ayudan a despertar, a tomar conciencia, y a alejarnos la distancia necesaria de la realidad para mirar, escuchar, discernir y elegir el propósito que le queremos dar a cada cosa que nos toca vivir.

Las preguntas despliegan el desarrollo del ser a profundidades cada vez mayores e insospechadas. Estar abiertos a las preguntas es estar abiertos a Dios. Sólo es necesario formularlas y dejarlas en nuestro interior sin necesidad de buscar las respuestas exactas que nos darían el control de la situación.

Las preguntas nos acompañan a lo largo de todo el Camino al Corazón, convirtiéndose en verdadera pedagogía. Esta pedagogía se plasma en hábitos que podemos practicar y ejercitar cada día: aprender a dar gracias por la vida que cada día se nos regala y se nos presenta para interrogarnos, renovar cada DÍA nuestra decisión de amar, habituarnos a la oración diaria de silencio que nos permite escuchar nuestras preguntas, hacer cada noche la higiene del corazón.

Las respuestas se van encontrando a su tiempo, progresivamente, y en el “mientras tanto” las preguntas nos ayudan a mantener la mente despierta y el corazón humilde que reconoce no tener todas las respuestas, pero sí la certeza de que sólo en Dios encontraremos la respuesta definitiva.

¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Quién es Dios para mí? Estas son algunas de las preguntas fundamentales de nuestra vida o preguntas existenciales. Las llamamos así porque orientan nuestra existencia y están grabadas en el corazón humano, y tarde o temprano, se hacen oír. No importa que no tengamos la respuesta, por lo más importante es la pregunta. Si nos animamos a preguntarnos una y otra vez, la sola pregunta nos pone en camino, nos guía hacia el lugar donde se encuentran las respuestas: nuestro propio corazón.